Jorge Lagos Marín: Una vida entre estudiantes y computadores
En el campus La Castilla rodeado de estudiantes, computadoras, de clases y risas, desempeña su labor el encargado de los Laboratorios de Computación en la Facultad de Educación y Humanidades, Jorge Lagos Marín. Las paredes de su oficina, donde es entrevistado, están cubiertas en parte con calendarios que tienen fotografías de los alumnos que han pasado como ayudantes del laboratorio. Son jóvenes de distintas carreras que han querido ser parte de esa área de la Universidad, y donde cada uno ha dejado algún recuerdo en la memoria de Jorge.
Chillanejo, con vocación de profesor, y salvado por algo que muchos creen es un milagro tras un ataque fulminante al corazón, el funcionario no tiene reparos en contar episodios gratos de su vida, y algunos no tanto, pero que lo han transformado en el hombre que es actualmente, aunque, y según sus palabras, “igual de malhumarado” que siempre.
Familia grande
En la actualidad Jorge formó su familia compuesta por su esposa y tres hijas, Pilar, Margarita, Marcela y Camila respectivamente, pero en su niñez fueron siete hermanos, una madre y un padre, Margarita y Humberto, ella dueña de casa y él obrero. Vivieron como familia en la población Purén, un sector de esfuerzo y donde había muchas familias como ellos. Si bien Jorge menciona lo difícil que fue tener una infancia con carencias materiales, lo que prima en sus palabras es la sensación de cierto orgullo al entender que fueron capaces de sobrepasar aquello. “Nuestro origen era bastante modesto, en un sector de esfuerzo. No sé cómo lidiábamos con eso, nunca me lo he podido explicar bien. Hay cuestiones inconcebibles para una familia hoy en día, una familia con dos o tres ya es mucho. Nosotros teníamos que caminar, atravesar toda la ciudad para llegar al colegio, ocupando lo que quedaba del hermano mayor, sobrevivíamos”, explica.
Confiesa que, “según mis viejos fui bien desordenado, entre travesuras que a veces casi rayaban con la delincuencia (ríe), con un par de compañeros de cursos o de barrio. Pero no más que sacar alguna manzana o una revista por ahí, cosas que igual eran vedadas para nosotros”, agrega rememorando. “Siempre les he alabado a mis viejos cómo era posible que lográramos seguir adelante, de hecho, los cuatro hermanos que sobrevivimos tenemos una muy buena formación académica”, destaca Lagos.
Ya de joven y luego de las travesuras llega la enseñanza media. En un contexto donde pocos podían pensar en seguir estudiando, inició su camino en el área técnica. “Por lo menos a los menores se
nos inculcó estudiar alguna carrera técnica para poder desempeñarnos en el campo laboral inmediatamente. No se pensaba en ese entonces, en general, en seguir estudiando. O sea, el tema era terminar Humanidades en ese entonces, si es que se lograba, y poder trabajar en cualquier cosa. Yo estudié Electricidad, mi otro hermano también, otro Mecánica en la Escuela Industrial, y otro Contabilidad. No necesariamente la ejercimos, pero hacia allá nos llevaban, no elegíamos dónde estudiar, sino que era lo que había, lo que se podía”, recuerda Jorge.
Su llegada a la UBB
Por cosas del destino, y pese a tener vocación de profesor en Matemáticas, terminó llegando finalmente a la Universidad de Concepción para estudiar, igual que otro de sus hermanos gracias a un gran esfuerzo, Ingeniería Civil Eléctrica, carrera que terminó dejando al tercer año. Volvió a Chillán para dar clases particulares de la materia que le apasiona, clases que también impartió en preuniversitarios en la época de los 80, hasta que llegó a la Universidad del Bío-Bío en 1992 para colaborar en los comienzos de Ingeniería de Ejecución en Computación e Informática de la Facultad de Ciencias Empresariales. “Necesitaban alguien que se manejara en el tema computacional para que ayudara en un trabajo similar al que hago actualmente. Era para atender las necesidades de los ingenieros, ya que se estaba armando una sala con computadores y alguien se tenía que hacer cargo de esa parte”.
Finalmente, llegó a la Facultad de Educación y Humanidades donde ha formado lazos con la comunidad universitaria, y formado su vida familiar en torno al campus La Castilla, privilegiando así su calidad de vida. Jorge recuerda de esos comienzos y como etapa destaca el realce que, según explica, se les dio a las pedagogías UBB a finales de la década del 90, ríe al mencionar que ahí se ocupaban los disquetes, “los de 3,5 no los de 5 ¼, luego el auge de los cds y después se avanzó a los pendrives donde eran una maravilla, pero ahora andan botados”, aclara.
En octubre de 2016, sufre un ataque al corazón, “fui inconsciente de lo que pasó, pero según quienes lo vivieron y son cercanos, es un milagro que yo esté acá. En el trabajo me comencé a sentir raro, un poco débil, y ante la insistencia de mis hijas me hice exámenes y se determinó que tenía un problema y me enviaron rápidamente al Hospital Las Higueras de Talcahuano, ahí ya no supe de mundo. Aparentemente llegué justo, respirador mecánico, marcapaso”, cuenta.
A los meses de ocurrido el problema de salud vuelve al trabajo, su descanso fue escueto para la gravedad de aquello, pero reconoce que no está en un puesto donde se le exija un esfuerzo físico mayor. “Ahora, siempre me quedó la duda de si seguí acá porque tenía alguna deuda que pagar, o si es un premio (ríe). Recuerdo que recibí muchas muestras de afecto y cariño de personas que no me esperaba, pero ahí cambia un poco el tema, se acercan un poco más. Se ganó en eso, hay personas que pasan más seguido a preguntar como estoy, no te podís morir ah (sic), me dicen los colegas”.
Tragedia que merece ser recordada
Su familia era integrada por siete hermanos, no obstante, tres de ellos murieron en dictadura, Ogan Esteban, Sergio Humberto y Nelson Ernesto. 1974, 1975 y 1985 fueron los años que marcaron a
los padres de Jorge y claramente a él, quien de los hermanos que están con vida es quien siempre se ha hecho cargo de los temas legales con el fin de hacer justicia y no olvidar lo que no se debe olvidar, tanto para su núcleo como para el país.
“Dos de ellos eran estudiantes de la Universidad de Concepción, el mayor en Sociología, otro en Agronomía, y el tercero trabajaba en el comercio, con él conviví más y nos llevábamos menos diferencia de edad. Todos dejaron hijos”, explica.
Intentando asistir a todas las conmemoraciones que el tiempo le permite, admite que nunca tuvo tiempo para asimilar lo ocurrido, “creo que hasta hoy no está cerrado, por lo menos de mi lado es una herida abierta. Se sufre mucho, sufrí mucho al ver a mis viejos, a mi mamá sobre todo porque entiendo que para una madre perder hijos es lo peor que le puede pasar. Esto es uno de los sufrimientos más grandes. Ver a los niños que dejaron, el primero dejó dos, el segundo uno, y el tercero uno”.
Con altos y bajos en su vida, Jorge Lagos Marín insiste en que aún no es momento de jubilar, ni en su trabajo ni en la vida, ama lo que ha formado. Además, agrega, “¿qué haría? Sé que algo inventaría, pero no, prefiero seguir”.