Gilda Espinoza Valenzuela: Luchando contra la adversidad
Entre el arte y las ciencias
Oriunda de Concepción, Gilda estudió primero en el Colegio Sagrado Corazón. No tenía buenas relaciones con sus compañeras, más preocupadas del “carrete” y los pololos mientras que a ella le interesaban la matemática, la física y la pintura. De aquella época data su habilidad para la escritura especular o en espejo, talento que aún conserva y que demuestra trazando en un papel algunas palabras escritas al revés.
Un profesor sugirió a sus padres cambiarla a un colegio que le permitiera encauzar sus inquietudes y potenciar sus capacidades. Así llegó, con media beca, al Colegio Concepción – Pedro de Valdivia. Fue un cambio radical; había salas de clases con computadores, laboratorios bien equipados, bibliotecas repletas de libros, gimnasios y buses que facilitaban los traslados y la participación en actividades extra programáticas. Allí tuvo la posibilidad de practicar deportes y asistir a un taller de pintura.
Terminando la enseñanza media, para ella sólo cabían dos alternativas: estudiar licenciatura en física o en arte. Los resultados de la Prueba de Aptitud Académica fueron más que satisfactorios. Una única respuesta –que hasta hoy ella estima era la correcta- le arrebató el puntaje nacional. Finalmente optó por Ingeniería en la Universidad de Concepción, un poco por satisfacer a su familia que la conminó a seguir una carrera que parecía propocionarle un futuro más seguro.
Fue la mejor egresada de su promoción, con un promedio de 74.6 puntos. No obtuvo el Premio Universidad, para el que le faltaron sólo 0.4 puntos, puesto que aunque sus notas en las asignaturas de ciencias fueron siempre sobresalientes, en otros ramos – “más de memoria” – estudiaba poco. Sí logró el Premio Colegio de Ingenieros, como alumna integral. Fue presidenta del centro de alumnos, hizo varias ayudantías, participó en actividades del área de Física y, además, seguía pintando. Por las tardes visitaba la Pinacoteca donde conversaba largamente con el artista Albino Echeverría, “un caballero muy sabio”, al que sigue admirando.
La energía para seguir adelante
En la Universidad conoció a Alvaro Suazo Schwencke, que le antecedió en la presidencia del centro de alumnos de Ingeniería y quien se convirtió en su esposo y padre de su hija Paula. Junto a él, el año 1995 se incorporó a la entonces recién creada carrera de Ingeniería Civil de la Universidad del Bío-Bío, dictando asignaturas del área de dinámica de estructuras e ingeniería antisísmica. También ha desarrollado labores de investigación y divulgación científica sobre sistemas de reducción de vibraciones, en torno a los cuales ha realizado diversas publicaciones.
Antes de ingresar a la UBB, trabajó en una consultora, pero le bastaron unos meses para comprender que no era lo suyo. A ella le gustan la docencia y los conocimientos, el contacto con los estudiantes y con sus colegas de Departamento. Aquí están mis amigos y mi mejor amiga es Angeline Córdova, afirma. Mantiene buena relación con sus alumnos y atesora los elogios y comentarios que ha recibido de ellos en las evaluaciones docentes, en las que no pocos destacan sus cualidades académicas y humanas. Mami Gilda le dicen algunos.
Los estudiantes y la academia, así como su familia, son lo que le dan la energía para seguir adelante y encarar las adversidades. A fines del año pasado y a raíz de las continuas caídas que comenzó a sufrir, acudió a un neurólogo. El diagnóstico: Parkinson. Sin poder convencerse, recurrió a un segundo médico, quien descartó que padeciera la enfermedad, pero la consulta a un tercer facultativo, de Temuco, que le brindó el tiempo y la dedicación que los anteriores no le otorgaron, le confirmó la noticia. Sentí como que mi vida se iba al suelo, recuerda.
Una oportunidad para ser mejor
El suyo es un Parkinson atípico, que se caracteriza porque los síntomas no se presentan como habitualmente. Su progresión es más acelerada dado que, a sus 48 años, la enfermedad apareció prematuramente. No es el del tipo cinético, sino que la rigidiza al punto que algunas noches el dolor no la deja conciliar el sueño. Sin embargo, cada mañana llega a su oficina muy temprano y no abandona el trabajo hasta avanzada la tarde.
Está decidida a no dejarse vencer y a enfrentar el Parkinson que la aqueja como una oportunidad de ser mejor. Su vida ha cambiado totalmente y si antes se complicaba por cuestiones que hoy le parecen sin importancia, ahora quiere disfrutar al máximo, vivir el presente y superar los obstáculos que se le vayan presentando. Incluso confiesa sentirse arrepentida de no haber carreteado más en su juventud.
El avance de la enfermedad ha sido muy rápido y actualmente debe desplazarse en silla de ruedas, pero con el apoyo de sus compañeros continúa con sus labores académicas de acuerdo a sus posibilidades. El respaldo del Departamento ha sido fundamental para desarrollar las actividades del día a día que antes le eran sencillas y que en la actualidad le resultan difíciles de realizar, subraya, agradeciendo especialmente al director Patricio Alvarez Mendoza y a Juan Carlos Montero Cortés.
Su familia también es esencial. Su marido le ayuda en las tareas cotidianas que ya no puede llevar a cabo por sí sola y su hija es, sin duda, una fuente de alegría y fortaleza. Paula estudia tercer año de Arquitectura en la UBB –su sueño desde niña- y comparte mucho con su madre. Ella es tal como hubiera querido que fuera, como si la hubiera diseñado, advierte la mamá. Ambas coinciden en la afición por el arte, pero a Paula le sobra la creatividad de la que Gilda dice carecer.
Aunque el Parkinson le impide ahora pintar, sigue gozando de la música, otra de sus pasiones. Grandes fotos de Charly García y Freddy Mercury adornan la pared de su oficina. El argentino y sus compatriotas Gustavo Cerati y Alberto Spinetta son sus ídolos. El líder de Queen, su inspiración: Freddy luchó hasta el final. En el último video que grabó se notan las huellas del Sida en la palidez de su cara y la delgadez de su cuerpo, pero a pesar de todo, el no paró, concluye la académica.