Luis Guzmán Molina: Un hombre enamorado de los paisajes de Ñuble
En un luminoso taller eligiendo algunos de sus trabajados para utilizarnos en algún proyecto, encontramos a quien trabajó 50 años en la Universidad del Bío-Bío, el ex académico, profesor normalista y destacado acuarelista, Luis Guzmán. “Soy chillanejo de origen, nací en 3 de junio de 1941 y he vivido permanentemente en esta ciudad”, dice orgulloso antes de comenzar a contar su historia, una llena de recuerdos y anécdotas.
Son varias etapas las que marcaron la vida artística de Luis Guzmán, pero él destacó dos, pintar de niño bajo al puente en el estero Las Toscas, cerca de su casa donde vivía con sus padres y dos hermanos, en ese entonces calle O’Higgins (actual Isabel Riquelme) y Avenida Collín; y tener la posibilidad de contar con una casa familiar en Los Lleuques, Pinto.
En la base del estero, donde pintaba el puente y sus alrededores, cree, encontró la sensibilidad para la vida y el arte, “prácticamente era un hogar de gente indigente, donde todos dormían bajo el puente, con frazadas y carpas. Eso me sensibilizó y permitió iniciar este trabajo que aún, gracias a Dios, puedo cultivar”.
Siempre relevando lo relacionado a la pintura, el artista recordó que su padre compró un pequeño predio en Los Lleuques. Luego de la muerte de su progenitor, la madre de Luis arregló una cabaña para que fuese habitable, todo con la ayuda de su familia. Es así, explicó, se dio la oportunidad de viajar regularmente al lugar. “Ahí comencé a pintar en acuarela, en ese tiempo ya había entrado a la Escuela Normal cuando tenía 11 años. Viajaba en otoño e invierno, porque el espacio, el paisaje y la instancia, eran muy especiales. Y bueno, esa tendencia a representar el paisaje de la cordillera es lo que me ha llevado permanentemente a pintarlo y a continuar haciéndolo”.
Quien aprendiera a leer a los cuatro años y a disfrutar de las revistas El Peneca y Zig-Zag, no menciona que esos mismos paisajes plasmados en acuarela lo han transformado en un artista destacado, no sólo en la zona, sino también a nivel nacional e internacional. Durante la entrevista insiste en más de una oportunidad, al recordar sus anécdotas en sus exposiciones realizadas en el extranjero, que no lo comenta por engreído. Lo que él no parece percatarse, es que eso se nota sin decirlo, así como la calidad de su trabajo que, en el momento de la entrevista, literalmente, lo rodeaba.
Durante su formación como profesor normalista comenzó “a pintar gracias a Baltazar Hernández, un gran acuarelista y profesor normalista también. Me permitió iniciar el conocimiento muy joven, y con una metodología de aprendizaje progresiva”. Ya titulado hizo clases a distintos colegios rurales, hasta que ingresó a estudiar Arte en la Universidad de Chile, sede Chillán, y actual Universidad del Bío-Bío. Desde estudiante se vislumbró su ingreso a la academia UBB, y es que fue elegido ayudante en una de sus clases. Ingresó a la planta docente de la institución en 1968.
Agradecido por cómo vivió sus años en la Universidad, específicamente en Representación Gráfica de la Escuela de Diseño Gráfico, Luis Guzmán manifestó que le encanta enseñar, sobre todo a las nuevas generaciones. A raíz de ello recordó que llevó a un grupo de estudiantes a Chiloé para que pintaran los paisajes que amaba tanto, como cuando se iba en una Citrola a recorrerlos, y donde aprovechaba de dibujar y pintar.
Luego, “uno de ellos, Emiliano Méndez, hizo su práctica en Televisión Nacional y me comentó a fines de marzo de 1987, ´profesor, estoy tan agradecido de su formación, de ese viaje donde aprendí de nuestra tradición´, lo cual era mi propósito. Y ahí me dijo que el dibujo de una pareja de chilotes pequeños, con el atuendo típico y escondiéndose detrás de un bote llamado Irene, que aparecía en un preámbulo del TV Tiempo y que siempre me llamó la atención, lo había hecho él”, ríe orgulloso y con añoranza.
Durante sus años como académico, también de la Universidad de Concepción donde viajaba una vez a la semana a impartir clases en Artes Plásticas, el acuarelista expuso en decenas de exposiciones por Australia, América y Europa.
Entre las historias más graciosas está una ocurrida en su primera presentación en Londres, 1984, “por una casualidad iba pasando por la calle Whitehall Street y recuerdo haber leído en una Revista Zig-Zag del año 1944, bajo una imagen de un perro frente a una señalética de la calle, que el animal estuvo ahí casi cuatro años esperando a su amo que subió al transporte que lo llevó a la guerra. Me acerco y cuando miro hacia a la derecha estaba Scotland Yard, la agencia de detectives, y me acerqué a ella. Había un edificio magnífico para la época y un callejón lateral con una oficina cuya dimensión era del largo de la calle, con muchos vidrios pequeños. Entré, recorrí, y cuando salía apareció un señor y me preguntó en inglés qué buscaba. Le dije, I only see (sólo veo), pero cuando escuchó mi acento me preguntó de qué país venía, le dije que era de Chile, y ahí escuché ´Carabineros de Chile, very good institution´”. Fue uno de los episodios que más lo hizo reír.
Otro capítulo en su vida que no puede dejar de ser nombrado, es su relación de amistad y nexo con el poeta Gonzalo Rojas, quien llegó a Chillán luego del exilio y organizó cursos para los futuros misioneros mormones que vendrían a los países de habla hispana. “Así, junto a la Universidad del Bío-Bío, en 1993, se realizaron los cursos de diciembre a marzo, donde me contrataron como profesor de folclore. Nuestro encuentro se dio ya que él era casado con Hilda Ortiz, un poco pariente con familiares míos, y me permitió conocerlo. Realmente hubo un muy buen entendimiento, una compresión acerca de ciertas ideas en las que coincidíamos, él como gran poeta y yo como pintor chillanejo”, recordó quien en 2013 recibiera el Premio Regional de Arte Visuales “Marta Colvin”.
De pronto se levantó de la silla y comenzó a buscar algunas de las publicaciones que tiene de avisos publicitarios por sus exposiciones en el extranjero, ahí siguió recordando sus experiencias como si fueran ayer. No es difícil ver en su mirada esa necesidad de seguir creando, entregando sus historias, su arte, y es tal su deseo de demostrar su cariño por la zona que le entrega tan grandes paisajes para ser pintados, que ha regalado más de mil libros de su biblioteca personal, “todo lo que sea comprensible para la mente de los niños. Tengo la consciencia tranquila desde ese punto de vista”, aseguró.
Como un proyecto en pleno proceso calificó su actual libro de anécdotas en exposiciones fuera del país, y es que son tantas que Luis Guzmán espera recopilar las mejores para dejar testimonio de lo que ha quedado en su corazón. Tantos colegas, compañeros, exiliados desconocidos o conocidos de su ciudad natal, todos tendrán cabida en su testimonio, o eso espera.
Antes de despedirnos por segunda vez, Guzmán deja la sonrisa a flor de labios y se paraliza unos segundos como intentando con ello elegir los datos y palabras precisas. Otro recuerdo, había conocido en México, durante uno de sus viajes y por cosas del destino, a un hombre que llegó a Chile para ayudar en la reconstrucción de Chillán tras el terremoto de 1939, colocando la primera piedra de la Escuela México. “¿Qué probabilidades tenía de conocerlo?”, se pregunta. Muy pocas, dice la lógica. Eso y más de su vida encontrarán en su libro.