Vivianne Soledad Hasse Riquelme es reconocida como una de las impulsoras de la incorporación de los temas de derechos humanos y equidad de género en el quehacer universitario. Mucho antes del movimiento feminista de 2018, junto a otras académicas, fue una de las promotoras de la creación de los programas y asignaturas sobre estos temas que hoy ofrece la UBB.

Matrimonio, exilio y formación

Nació en Valdivia, el 28 de julio de 1958, y estudió en el Colegio Alemán de la ciudad hasta segundo medio, completando su educación secundaria en el Liceo Nocturno, ya casada y con su primera hija, Alejandra.

En México, con su hija y uno de sus hijos.

En 1976, con el apoyo de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, partió a México para reunirse con su esposo que, exiliado político, estaba radicado en Mazatlán. Allí nació su segundo hijo, Lautaro.

Luego de tres años en Mazatlán, se trasladó a Veracruz. La familia creció con la llegada de Cristóbal y vivió algún tiempo principalmente dedicada a los hijos y al hogar. Animada por su marido –“con tres hijos, yo veía muy complicado seguir estudiando”, confiesa ella-, en 1980 ingresó a la Universidad Autónoma de Sinaloa, sede de la Universidad Autónoma de México, a estudiar Trabajo Social. Participó activamente en el centro de alumnos hasta terminar la carrera, cinco años después.

Teníamos una vida sencilla, pero sin grandes dificultades. Hicimos buenos amigos, mexicanos y chilenos, profesores de la Universidad, donde mi marido también era docente. Yo era joven y confiaba en que algún día volvería a Chile, a diferencia de los más viejos que creían que no lo lograrían y sufrían más profundamente el exilio, recuerda.

Trabajo con la infancia dañada

En 1985, se levantó la prohibición de ingreso al país para su marido. Ella regresó primero, con los tres niños y 500 dólares en el bolsillo.

En Valdivia, pintando un mural sobre derechos del niño en la Escuela Metodista.

Había sido seleccionada por el Servicio Universitario Mundial (WUS, en su sigla en inglés), que le financiaba un año de trabajo en alguna institución, y se dirigió a la Pastoral de Derechos Humanos del Obispado de Valdivia, donde se quedó hasta 1990. Trabajó con la Fundación de Protección de la Infancia Dañada por Estados de Emergencia, PIDEE, con hijos de presos políticos, relegados y otras víctimas de la dictadura militar.

Entre 1990 y 1992, se desempeñó en la Empresa de Servicios Sanitarios de Valdivia, ESSVAL, como parte del equipo de agua potable que trabajaba con comunidades rurales. Una época que ella rememora con cariño. Me sirvió para curarme, después de compartir tanto dolor, dice.

Preocupación por la mujer

En 1997, exponiendo sobre derechos reproductivos.

En 1992, se vino a Concepción. Separada y casada nuevamente, comenzó a trabajar en el Programa de Retorno y Apoyo Laboral de Migración, PRAL, de la Organización Internacional para las Migraciones. Al año siguiente, se incorporó a la Municipalidad de Concepción, trabajando en el Centro de Desarrollo Juvenil de La Leonera, en Chiguayante, que aún formaba parte de la comuna penquista. En 1994, ingresó al Instituto de la Mujer, al Programa de Violencia en contra de la Mujer. Los temas de género le inquietaban: En su trabajo con quienes padecieron atropellos a los derechos humanos, se dio cuenta de que el sufrimiento de las mujeres era mayor porque a la tortura se sumaba, en muchas ocasiones, el dolor de estar sin los hijos y la violencia sexual que, a su juicio, es el peor vejamen.

En aquellos años, señala refiriéndose a los ’90, recién se hablaba de la violencia contra la mujer como un fenómeno social y no individual, pero persistían muchos mitos e ignorancia. Me intrigaba particularmente porqué las víctimas permanecían en su situación y veía que era un tema de educación, señala.

Ingreso a la academia

El Instituto de la Mujer recibía estudiantes en práctica de Trabajo Social de la Universidad del Bío-Bío, que por esos años sólo se impartía en la sede Chillán. Ahí conoció a Javier León, a la fecha coordinador de prácticas de la carrera, quien la invitó a incorporarse a la academia, en la que ella por entonces no tenía mayor interés. Lo suyo iba más bien por el activismo, por la acción y el trabajo.  No obstante, en 1999 asumió media jornada como docente y en 2000, la jornada completa.

En la Escuela de Trabajo Social, en Concepción.

Me gustó mucho la docencia, porque me daba la oportunidad de introducir contenidos que provocaran transformaciones importantes, que se visualizara el trabajo social más allá de una mirada asistencialista, incorporando conceptos de género, la violencia intrafamiliar, los derechos humanos, reflexiona. Estos temas los fuimos trabajando con otras académicas como Soledad Asencio, Paula Soto y Soledad Martínez, desarrollando una línea de labor académica, agrega.

El resto ya es parte de la historia institucional. Vivianne Hasse fue una de las principales impulsoras de la creación de los diplomados y programas en Derechos humanos y en Género. Dirigió también la Escuela de Trabajo Social en Concepción y fue directora de Recursos Humanos de nuestra casa de estudios.

Ser parte de la Universidad del Bío-Bío ha sido un privilegio; que seamos una universidad pública constituye para mí un valor de suma importancia y la libertad que me permite la convierte en un lugar que se acerca al ideal, subraya. La UBB es un espacio que aprecio enormemente, en el que he crecido como no lo podría haber hecho en otra parte, añade.

El problema está en la cabeza

Separada de su segundo marido y con tres nietos, hoy observa que la sociedad ha evolucionado positivamente. Desde la perspectiva de los derechos humanos, después de 17 años de dictadura hemos aprendido a valorar la democracia. Hemos tomado conciencia de que tenemos derecho a tener derechos y admiramos países como Finlandia o Costa Rica donde la gente goza de ellos, argumenta.

Respecto de los temas de género, cree que el salto que ha dado el feminismo es cualitativo. Aun cuando falta mucho por lograr, existe mayor conciencia, afirma. Estima que las jóvenes han avanzado de manera exponencial, con hitos como las multitudinarias marchas del 8 de marzo, y se ha llegado a un punto desde el que ya no es posible retroceder. Las mujeres, y también hombres, están reaccionando contra la cultura machista y patriarcal y así es como se avanza socialmente, empoderándonos de nuestros derechos, sostiene.

La equidad de género requiere de un cambio profundo. El problema está aquí, sentencia apuntando a su cabeza. Sin embargo, advierte: Valoro mucho que se esté impulsando políticas públicas que nos permitan seguir avanzado, así como lo que se está haciendo al interior de la UBB y en otras Universidades, porque se requiere de una transformación cultural, que es progresiva y lenta, y por lo tanto es necesario, en un comienzo, obligar y convencernos.