Ismael Torres Bravo cumple 34 años como funcionario en la UBB, siendo una de las voces más reconocidas de nuestra Universidad, siempre tras el micrófono de Radio Universidad del Bío-Bío o como maestro de ceremonia de las actividades que han marcado la historia institucional.

Pero su cercanía con la UBB comienza a temprana edad, cuando visitaba el campus donde trabajaba su padre, como profesor de Ingeniería Mecánica y Eléctrica en la entonces Universidad Técnica del Estado (UTE), que “en el frontis contaba con un Moai de madera y en su interior con pocos edificios, el aserradero, animales y totoras”, recuerda.

La vida lo trajo de vuelta a la Universidad en 1983 cuando el director de la radio, Francisco Migueles, lo invita a hacer un reemplazo durante el verano, pero solo en 1985 ingresaría a formar parte del equipo de la radioemisora.

Ese año, mientras trabaja por las tardes en el Hotel El Araucano, conoce a Silvia Baeza, con quien pololea tres meses y se casa. De esta unión nacen Andrea (31), abogada; y Pablo (30), diseñador gráfico. “Estoy muy contento porque a mis hijos les va muy bien, es el orgullo y satisfacción de la labor cumplida que es reconocida por ellos hacia nosotros, sus padres, lo que  significa mucho”, afirma.

Una infancia especial

En calle Los Carrera de Concepción su madre Elena Bravo y su padre Zerón Torres formaron su familia. Ernesto, Ismael y Carlos fueron los tres hijos del matrimonio. “Mi mamá nos entregó el cariño, la confianza para contarle nuestras cosas y mi papá la disciplina para salir adelante en la vida”. Su buena relación con sus hermanos se reflejaba en los juegos que inventaban cada día. “Nos divertíamos en las grandes habitaciones de la casa, en el patio hacíamos nuestro club en el árbol y mi padre nos enseñaba su oficio en el taller mecánico”.

Desde su nacimiento, el 27 de marzo de 1961, hasta los 13 años vive un proceso de aprendizaje personal, donde el apoyo familiar fue clave. Su dificultad para conciliar el sueño la manifiesta a sus padres a temprana edad. “Veía imágenes al cerrar los ojos como si fueran parte de una película, eso no me daba miedo, pero no me dejaba descansar”, confiesa.

Al comenzar a relacionarse con su padre descubrió las habilidades que él tenía en telepatía y clarividencia. “Cuando aprendí a leer encontré en casa mucha información al respecto y me hizo sentido las pruebas que me hacía para comprobar si efectivamente tenía yo una condición especial”. A los seis años, Ismael recuerda una de esas pruebas. “Me dijo: Date vuelta, las piezas de ajedrez blancas son más frías y las negras más cálidas, tú lo vas a sentir. Entonces él ponía las piezas en mi mano y me pedía que le dijera de qué color eran, para mí era muy fácil, nunca me equivoqué”.

El año 1999 lo señala como un punto de inflexión en su vida, pues luego de aceptar su condición psíquica decide aportar de forma desinteresada con antecedentes en casos policiales, principalmente, a solicitud de las familias afectadas por la desaparición de uno de sus miembros. Los casos Matute y de Alto Hospicio fueron los primeros, hoy hace su contribución en el caso de Fernanda Maciel.

Sus años de estudio

Hasta cuarto básico fue estudiante del Colegio Metodista, pero para Ismael todo fue cuesta arriba, su personalidad reservada le impedía socializar bien con sus compañeros y profesores. Debido a ello, su madre lo lleva a la Escuela de Sicología de la Universidad de Concepción para consultar a un especialista sobre sus dificultades para dormir y relacionarse. El informe final demuestra que el niño tiene un coeficiente intelectual normal alto, lo que significa para sus padres, y sobre todo para Ismael, un nuevo comienzo. Al año siguiente ingresa al Kingston College donde cursa quinto y sexto básico y asimila mejor el proceso dado la enseñanza más personalizada que fortalece sus habilidades y su capacidad de interactuar con las personas. El cambio de profesores en el Colegio Metodista lo motiva a ingresar nuevamente a sus aulas y así finalizar la enseñanza básica con sus hermanos. En este periodo, relata, “crecí mucho, aprendí a valorarme y, pese a que debía medicarme, al cumplir los 13 años mi doctor me dio de alta y descubrí en el deporte la solución para sentirme bien”.

La enseñanza media en el Liceo Enrique Molina traería nuevas experiencias. Los cuatro años fue líder de su curso asumiendo la presidencia y también participando en la Selección de Atletismo del liceo y en el Club de Atletismo de la Universidad de Concepción, representando a la región del Biobío en 800 y mil 500 metros planos. Hoy esa pasión continúa siendo parte de su vida.

Tras finalizar sus estudios, postula voluntariamente a la Escuela de Oficiales de Carabineros. “Algunos amigos estaban ahí y me motivaron a entrar. Además, venía de asistir todos los sábado en actividades del Regimiento Chacabuco, lo que facilitó mi postulación”. Allí permanece tres años, llegando a ser nombrado Brigadier. Sin embargo, no pudo terminar su instrucción por incompatibilidad con su salud. “Tuve un síndrome ulceroso y me tuve que retirar, pero eso no me complicó, porque aprendí la disciplina que hace que en la vida nada sea imposible”.

Fue en ese lugar donde por primera vez fue locutor, viendo en eso un talento para potenciar, por lo que decide en 1984 viajar a Santiago a estudiar en el Sindicato de Locutores Profesionales de Chile, con clases a cargo de los actores Hugo Miller y Liliana Ross.

Decidido a continuar sus estudios en Santiago, recibe una oferta de trabajo de Francisco Migueles y vuelve a Concepción para trabajar en Radio UBB, en marzo de 1985, donde realiza funciones de locutor de noticias y libretista de programación, además de locuciones en actos oficiales para la Dirección de Extensión y Comunicaciones. Desde el año 95 compatibiliza su labor de locutor en las radios UBB y El Conquistador, durante 15 años.

En esos sus primeros años, expresa, el “trabajo era enorme en los estudios antiguos donde hacíamos de todo. Con el tiempo uno va canalizando y haciendo trabajos específicos. Ha sido una gran satisfacción ir al día con la tecnología, hoy puedo trasmitir solo desde una consola y dos computadores”.

Desde su oficina en el segundo piso del Aula Magna de la sede Concepción, asevera que la UBB le abrió las puertas para desarrollarse en distintas áreas, por ser una institución de prestigio. Asimismo, señala estar agradecido con la Universidad, “donde nunca termino de aprender”.