Margot Zapata Osses: Una vida de aprendizajes
Aunque el destino la ha golpeado fuerte, no pierde la fe y piensa que ello le ha servido para aprender a valorar lo sencillo que es la vida y a aligerar “la mochila”, dejando de lado las falsas expectativas y los sentimientos negativos.
Una niña tímida
Nació el 25 de septiembre de 1964, en Talcahuano. Su padre trabajaba en Asmar y su madre se dedicaba a las labores de la casa y a criar a sus tres hijos –Margot, su hermano mayor y su hermana menor—, junto a otros cuatro niños del vecindario cuyos padres carecían de recursos.
Estudió en el colegio Inmaculada Concepción del puerto donde, para vencer su carácter introvertido, se integró a la banda y practicó atletismo, básquetbol y otros deportes. Así aprendió a socializar y a superar su timidez. Se esforzó también por ser una buena alumna, como una manera de destacar y ser reconocida.
Después de terminar la enseñanza media en el Liceo Fiscal de Talcahuano y dado que sus padres atravesaban por una mala situación económica, debió conjugar sus estudios de Mecánica Automotriz con el trabajo de promotora de distintas empresas. Le gustaba la Mecánica, pero no alcanzó a ejercerla porque ingresó a la Universidad de Concepción a estudiar Traducción. No obstante, luego de un tiempo, se cambió al Instituto de Idiomas, a Traducción Inglés – Español, atraída por la idea de una carrera más corta.
La unidad de la UBB
Tras titularse, trabajó en Asmar, la empresa proveedora de la Marina Mercante JVG, la naviera Agunsa, Enap y Huachipato. En 1997 llegó a la Universidad del Bío-Bío, a la Facultad de Ciencias Empresariales. Primero se desempeñó en la atención de alumnos y profesores part-time, después en las jefaturas de Ingeniería Comercial y de Contador Público y Auditor y, desde hace siete años, en la dirección del Departamento de Auditoría y Administración.
Para mí, trabajar en la UBB es lo mejor que pudo pasarme, reflexiona, agregando que valora sobre todo la unidad que se da en la Universidad en general y en su Facultad en particular. Cuando uno tiene dificultades, todos le apoyan; además, las vacaciones son largas y hay facilidades para ausentarse cuando se tienen problemas, argumenta. Todo lo cual ha sido fundamental para ella, a la que los golpes de la vida parecen no llegarle de a uno.
Se casó un viernes 13 de diciembre de 1990 y tiene de dos hijos: Adolfo, de 27 años, recién titulado de diseñador industrial en el instituto profesional DUOC y actualmente trabajando en una oficina vinculada a Corfo, y Katherine, de 26, que luego de sufrir una inesperada enfermedad que la dejó en silla de ruedas, es hoy una galardonada canotista paraolímpica y estudia Terapia Ocupacional en la Universidad de las Américas.
El peor año
El año 2012 fue el peor año de mi vida, rememora. En junio de 2011 tuvo una caída y debió operarse en tres ocasiones, una vez para que le instalaran tornillos y placas en una de sus piernas y otras dos, en septiembre y diciembre de ese mismo año, para que los retiraran. Mi cuerpo se defendió y formó callos óseos que me permitieron recuperarme, cuenta. Dos meses más tarde, en febrero de 2012, su hija Katherine, que entonces estudiaba Técnico en Enfermería, debió ser hospitalizada por lo que creía un resfrío. Estando internada tuvo dos infartos que la llevaron a la Uci, donde un día de marzo dejó de sentir sus piernas. Mientras estaba acompañándola, llegó también al hospital su hijo Adolfo, que había tenido un accidente en la calle, producto de lo cual se fracturó la mandíbula y perdió uno de sus dientes. Ese día, yo corría entre la Uci y la unidad de emergencias, relata Margot. En el mismo período, otros de sus muy cercanos también fueron víctimas de enfermedades y accidentes.
Katherine salió del hospital en agosto de 2012. Los médicos sostenían que lo suyo era un síndrome conversivo, es decir, que su mal era producto de su mente. Sin convencerse, y con la colaboración de los compañeros de Universidad que organizaron un bingo solidario, la llevó a Santiago, donde los médicos de la Universidad Católica le dieron el diagnóstico definitivo, mielitis transversa parainfecciosa mal tratada. El pronóstico: No volvería a caminar. Estuvo tres meses sin querer salir de la casa porque le avergonzaba que la vieran, pero había que salir. No hay más que hacer, tienes que seguir adelante, la vida continua, la animaba, señala Margot.
Campeona paraolímpica
Llegamos a la Teletón -donde uno nunca cree que llegará- y comenzó el aprendizaje, añade. En el centro de rehabilitación, madre e hija conocieron a otros que vivían igual e incluso peores situaciones que ellas. Asimismo, la joven fue invitada a practicar muchos deportes, pero a pesar de los esfuerzos que le supone subirse al bote y tomar los remos, se encantó con el canotaje. Comenzó así una ascendente trayectoria como deportista paraolímpica que la ha llevado a ser cinco veces campeona panamericana y sudamericana, tercera a nivel mundial, y a participar en las Paraolimpíadas 2016, en Brasil, entre otros torneos.
Margot la acompañó a todos lados, como team leader del equipo de paracanotaje de Chile, para asegurar a su hija el apoyo que necesita cuando terminaba cada carrera, en las que se entrega al máximo pero que termina con una crisis que la voltea en el bote, por lo que debe ser asistida de inmediato. En 2016, el comité paraolimpíco chileno me dijo que no podía seguir yendo a los campeonatos con ella a pesar del trabajo que realizaba para el equipo, porque los papás de los demás deportistas comenzarían a reclamar lo mismo para todos, expone. Ella asintió, con la condición de que le garantizaran que Katherine contará con un médico y un asistente.
Además, consiguió auspicios de empresas extranjeras y nacionales que la proveyeron de los mejores implementos deportivos, así como la colaboración del ministerio y la seremi del deporte, que le permitió disponer de una silla de ruedas ultraligera que le da mayor autonomía. Hay que dejar volar a los hijos; aunque después de pasar por tanto dolor no resulta fácil, hay que hacerlo, piensa.
Una vida de aprendizaje
Yo sólo deseo que mis hijos sean felices, que Katy haga lo que ama, sostiene. Con la misma idea, la ha ayudado en sus sueños de volar en parapente, tirarse en canoopy y lanzarse en paracaídas. Con ese propósito, no duda también en dar a su hijo Adolfo lo que él anhela, un postgrado en Diseño Industrial, incluso a costa de postergar otras urgencias.
Una seguidilla de malas noticias, como la reciente muerte de su esposo, del que se separó hace 12 años, y una grave enfermedad de su hermano, le hacen augurar que 2019 será otro año difícil. Sin embargo, ella parece no perder su entereza. La vida es frágil y va de la mano con la muerte, pero Dios no te da más dolor del que puedes soportar, afirma. Hay que ser feliz con las pequeñas cosas y no cargar la mochila con expectativas que si no se cumplen generan frustraciones. Tampoco hay que guardarse los sentimientos, sino sacarlos fuera y conversar, Tu experiencia tal vez ayude a otros, añade.
Es de pocas, pero buenas amigas. Quizás un reflejo de la timidez e introversión que la marcaron en su infancia. De aquellos años en que ansiaba viajar por el mundo. Lo hice, pero no de la forma en que pensaba entonces, advierte ahora. Pero, a pesar de todo, confiesa estar convencida de que lo vivido le ha permitido aprender a valorar lo sencillo de vivir con lo necesario y a tomar las cosas como vienen. A estas alturas, ya no cargo más mi mochila, sólo camino, concluye.