José Luis Muñoz Gutiérrez: Una historia sobre cuatro ruedas
José Luis Muñoz ríe, llora y agradece por cada momento que le ha tocado vivir. Cuando cuenta su historia parece viajar por distintos caminos, quedando muchas veces pensativo mientras avanza. “Es que me salté varias cosas”, dice, y luego continua. En ese viaje, reconoce, ha sido un hombre afortunado, que agradece día a día haber llegado a la Universidad del Bío-Bío y poder relacionarse con personas diversas, de quienes aprende y espera dejar lo mejor en cada traslado que realiza como chofer de la institución, hace más de 30 años.
En su furgón se pasa la vida, dice. Manifiesta ser un apasionado en lo que hace, orgulloso de las oportunidades y responsabilidades que ha tenido, entre las que destaca los viajes con la Rama de Andinismo, con estudiantes, académicos y funcionarios. Fue así como el 2018 cumplió uno de sus sueños, ser el primer chófer UBB en salir al extranjero vía terrestre, gracias al recorrido que tuvo que hacer para llegar a la Escuela Paso El León, en la región de Los Lagos, por la Feria Nacional de la Ciencia y la Tecnología.
José Luis Muñoz, nació en Cabrero, el 6 de septiembre de 1961. Sus padres Silda Gutiérrez y José Félix Muñoz, lo criaron junto a sus cinco hermanos: Clary, María, Edgardo, Juan, José Luis y Glicerio.
Desde niño se relaciona con la naturaleza, pero también aprende desde muy temprana edad a ser responsable con sus estudios y con el trabajo en el campo para apoyar a su familia. “A los 12 años, debido a que mi papá tuvo un accidente, me hice cargo de las labores del fundo llamado La Palmera, ubicado en el sector Paso Hondo, que teníamos al interior de Cabrero, mientras mi mamá hacía las labores en la casa. El trabajo era pesado en verano, la siembra y cosecha nos permitían vivir y darle trabajo a mucha gente que era como de la familia”.
En esa etapa, Ortelio Romero fue una persona fundamental en su vida. El hombre de confianza y cuidador del fundo de 32 hectáreas, se encargaba que la cosecha fuera buena y así a la familia no le faltara nada. Su labor también era mantener la casa que contaba con tejas en el techo, ventanales inmensos y muchas flores. “Fue un pilar importante para nosotros, recuerda entre lágrimas. Para mí fue mi abuelo y me sorprendía que él podía hacer de todo sin tener estudios como implementar el sistema de regadío del campo donde el agua corría más de seis cuadras sin estancarse. Para mí fue un referente, un ejemplo de perseverancia, una prueba que con voluntad y disposición todo se puede hacer en la vida”, enfatiza.
Sus estudios los realiza en el Colegio San José, periodo en que integra el conjunto folclórico y la banda instrumental, destacando en la interpretación de la Caja. Luego ingresa al Liceo Técnico de Monte Águila, donde estudia electromecánica. “Aprendí a soldar, a hacer cosas con fierros. Viajaba todos los días 6 kilómetros”. En esos años estrecha los lazos con su amigo José Figueroa, con quien estudia y trabaja en la época estival. “Ya no en el campo, pues mi papá se recuperó y siguió a cargo como agricultor. A los 14 años me compré mi bicicleta por la necesidad de trasladarme para llegar al Fundo Santa Anita, lechería a la que iba en verano, camino a Campanario. Para poder llegar teníamos que levantarnos temprano y mi amigo, que tenía bicicleta, me llevaba un rato, luego lo hacía yo hasta que llegábamos a un camino de piedra donde hacíamos posta uno en bicicleta y otro trotando, ese era el turno. Hasta que me compré la mía. Hasta el día de hoy somos amigos, como familia”, confiesa.
Terminada la enseñanza media ingresa de voluntario para realizar el Servicio Militar, quedando seleccionado en la Armada, entre los años 79 y 80, en Talcahuano. Los primeros 3 meses es asignado a la Isla Quiriquina, luego forma parte del “Crucero Prat” donde permanece por 6 meses recorriendo Talcahuano, Valparaíso y Coquimbo. Su periodo de conscripto lo finaliza en La Serena y, posteriormente, prueba suerte en Santiago. Allí se enamora y consigue su primer trabajo.
Recomendado, llega a trabajar a una empresa de alimentos, en el casino de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, desempeñándose como garzón, por su experiencia en la Armada en similares funciones. “Un día me tocó atender al rector que iba acompañado de su jefe de gabinete, oriundo de Chillán. A la semana siguiente necesitaban guardias en la universidad y conversé con mi coterráneo para postular al cargo. Quedé y me mantuve ahí hasta 1983, luego volví a trabajar con los concesionarios del casino, pero en una chopería en el centro de Santiago. Como hubo problemas con mi contrato me volví a Cabrero para trabajar en la estación de ferrocarriles, pero ese proyecto quedó en nada y me puse a vender ropa americana y en Concepción repartí mi currículum y pedí entrevistas por universidades y empresas. Hasta que llegó un telegrama para presentarme en la Universidad. Entré a trabajar en mayo de 1988, los primeros meses como guardia y luego desde enero me contrataron como chofer”.
Ser chofer, afirma, “es un trabajo donde trasladamos personas importantes, hay preocupación por uno y por los vehículos, lo que es muy importante. Me gusta mi pega, porque el trato es bueno con uno y eso debe ser porque uno hace bien la pega”.
Una de las anécdotas que recuerda con cariño fue cuando tuvo que trasladar el Conjunto Instrumental de la UBB a San Rosendo, ocasión en la que el grupo tuvo una ausencia importante de uno de sus músicos, por lo que le consultaron si podía ayudarlos, a lo que respondió afirmativamente pensando que se trataba de trasladar los instrumentos, pero la sorpresa fue mayor cuando le comentaron que era para apoyarlos en la interpretación. Luego de un breve ensayo, formó parte de la presentación del grupo y dos exalumnas de la UBB, que se encontraban en el público, le gritaron para lograr una fotografía de ese momento.
Asimismo, reconoce estar agradecido de la Universidad del Bío-Bío, no solo por darle trabajo sino porque fue en la fotocopiadora de la sede Concepción donde conoció a Ana María Molina, con quien se casó y formó una familia, compuesta también por sus hijos Alex (34), Paulina Andrea (27) y Camilo Osvaldo (23). “Siento que mi vida está aquí, en estos años me casé, tuve mis hijos, pude comprar mi casa, superé un cáncer, entonces doy gracias a Dios, a este trabajo y a mi esfuerzo el haber podido ir avanzando en mi vida. Soy un agradecido de la Universidad”, concluye.